Venimos a esta Tierra para encontrarnos con quienes somos…
¿Cómo lo podremos saber? A través de infinitas experiencias para reconocer nuestras formas, nuestros ritmos, nuestras maneras…
Cómo cambiaría el mundo si pudiéramos confiar en que todo nuestro impulso vital está encaminado hacia el aprendizaje, y que cada un@ de nosotr@s tiene un mapa personal que lo guía. Un mapa que tiene un punto de partida cuando nacemos, y que en resonancia con nuestra naturaleza se va encontrando con un ambiente que irá ofreciéndole posibilidades que tomaremos (o no). La magia de ir develando y construyendo nuestra propia historia, tejido de las diferentes dimensiones de nuestra humanidad.
Imaginemos a un bebé que llega a un ambiente donde, como en muchísimos hogares, los adultos piensan que no tiene la capacidad todavía de “entender” y por lo tanto de poder tomar ninguna decisión. Por lo tanto a ese bebé, se le cambia de postura “para que vaya aprendiendo” o se le pone objetos en la mano “porque no alcanza y pobrecit@”... Y se le da de comer cada 3 horas “porque el médico lo ha dicho”…. Y nos perdemos de observar la magia de ese programa natural de aprendizaje con el que cada un@ de nosotr@s llega a este planeta. Sin afán alguno de hacer daño, pero sin tomar conciencia, hacemos todas esas cosas por ese bebé, que se pierde de valiosas oportunidades de desplegar sus capacidades, desde el impulso que su cuerpo con tanta sabiduría le indica.
Si como adultos podemos darnos el tiempo de detener nuestra mente llena de objetivos, métodos y resultados… y entregarnos a observar la manera única en que cada niño/a va encontrando su propio camino, estaremos ante el gran espectáculo de La Vida desarrollándose.
Podremos tomar ese lugar de espectadores de la magia de los procesos de aprendizaje… Esto no quiere decir que obviemos nuestra presencia, nuestra historia y la forma que tenemos de ser/estar en el mundo. No estamos hablando de renunciar a todo lo que podemos también compartir, nombrar, ofrecer. En el mundo de la crianza/educación respetuosa existe un miedo muy desmesurado en interferir o interrumpir las iniciativas de los niños/as. Y nos sacamos del medio con tanta contundencia que creamos una ausencia. O una anulación/represión de nosotros mismos. Necesitamos encontrar un balance, donde la convivencia pueda fluir en un punto de equilibrio, con mamá/papá/educador encontrándose con un otr@ que puede recibir nuestra existencia como parte de lo necesita para sentirse acompañado y contenido en su crecimiento. Y así recuperar la magia también del vínculo.
De tanto haber escuchado la voz de un adulto dando indicaciones/órdenes/condiciones, nos vamos al otro extremo donde creemos que el silencio y la “Invisibilidad” son las mejores herramientas que tenemos. Y l@s niñ@s nos observan y nos buscan necesitando que nuestra presencia pueda manifestarse, tomar su lugar en esta vida compartida. Nos convocan desde sus posibilidades y capacidades, que a veces son un grito, un golpe, una mirada, una invitación al juego o una transgresión… todas llamadas para sentir que estamos junt@s en este camino.
Entonces se trata de que podamos ir desprendiéndonos del miedo a mostrarnos, y también de equivocarnos… Desprendernos del miedo de compartir nuestras ideas, emociones y sensaciones. Siempre y cuando hayamos decidido entrar en el camino de la conciencia.
No pasa nada si nos equivocamos….
Cuando un niñ@ crece en un entorno donde percibe que los adultos que lo acompañan, se encuentran en el ejercicio constante de identificar lo que suma o no suma de sus actitudes, lo que es necesario revisar/ ajustar de sus formas o creencias, entonces puede darse un ambiente relajado. No se crea la tensión fulminante de cuando uno se resiste a la equivocación. Y es justamente esa fluidez la que permite que l@s niñ@s puedan expresar su sentir y decir: No quiero, no me gusta, no estoy de acuerdo. Pueden animarse a mostrarse diferentes a nosotr@s, porque el vínculo se siente lo suficientemente sólido para resistir la oposición, el conflicto.
Nos pasamos la vida buscando certezas, seguridades, pero La Vida nos muestra una y otra vez que cuando llegamos a un punto todo empieza a moverse de nuevo. Convivir con la incertidumbre y el misterio se convierte en una necesidad para sostener los desafíos que esta época de cambiante humanidad nos trae…
En la crianza hay tanto de incierto
Se van ganando comprensiones día a día, pero se requiere de un espacio para el caos siempre. No podemos pretender garantías de hacia dónde vamos, porque no lo sabemos. Y en el encuentro humano, todo se suele desorganizar de nuestros planes… porque La Vida entra a gestionarlos con su poder y sabiduría. Y su magia.
Estamos programados para buscar permanentemente el orden y el control; buscamos obsesivamente saber cómo, cuándo y dónde se deben hacer y decir las cosas, cómo cumplir lo esperado, cómo ajustarnos a nuestro rol, cómo ser reconocidos siempre en nuestra disposición y amabilidad, en personas de “bien”…
Pero resulta que somos una amalgama de materias, todas ricas para compostar el territorio de nuestra autenticidad.
¿Qué podemos hacer?
Nos corresponde como adult@s, asumir nuestro proceso de crecimiento emocional, para identificar aquellas situaciones que nos sobrepasan y preguntarnos… ¿Qué me muestra esto de mi propia historia? ¿Qué recuerdos se me activan? ¿Cuánto reconozco que esto me moviliza y qué medidas tomo para ir resolviendo?
El crecimiento interno nunca se detiene. Y no tener miedo de mostrar nuestros pasos en falso, nuestras confusiones o desaciertos, es el mejor ejemplo de humanidad que podemos compartir con los seres que compartimos este camino.
Dejar nuestra búsqueda permanente de objetivos y metas, de siempre tener que “enseñar algo”, nos permitirá entrar en la presencia que nos conecte con La Vida. Con la magia de ese ser que está creciendo y desplegando su potencial frente nuestro… Ese ser que nos busca la mirada para disfrutar juntos de este preciso instante, tan pleno, tan mágico y tan vital… ¡¡No perdamos esta infinita oportunidad!!